La antipolítica es una política enmascarada - Por Silvina Friera

Entrevista al filosofo italiano Roberto Esposito

El prestigioso pensador napolitano, de visita en Buenos Aires, reflexiona sobre los temas que aborda en sus nuevos libros publicados aquí: Bíos y Categorías de lo impolítico. También marca afinidades y diferencias con sus coterráneos Gianni Vattimo, Giorgio Agamben y Toni Negri.
La avanzada de la filosofía italiana continúa. ¿Es la moda del momento? Al menos eso parece. Hace unos meses estuvo Gianni Vattimo; el año pasado, Giorgio Agamben, Toni Negri ya vino un par de veces y ahora acaba de llegar Roberto Esposito, quien brindará dos conferencias: el próximo lunes a las 19 en la Biblioteca Nacional y el próximo miércoles a las 18 en el Malba, organizadas por la Universidad Nacional de San Martín y el Instituto Italiano de Cultura. Su visita coincide con la publicación de dos libros, Bíos (Amorrortu) y Categorías de lo impolítico (Katz). El filósofo napolitano es un caballero tímido, amable, de mirada huidiza, que brilla cuando se le menciona el nombre de Diego Armando Maradona. “Prometo aprender la lengua la próxima vez”, se excusa. “La filosofía contemporánea está en una especie de giro; es lo que Deleuze llamaría un pliegue, en el sentido de que se acabó un determinado modo de practicar la filosofía que es autorreferencial. Su fuerza y su sentido está en su capacidad de salir de sí misma, de dirigirse a la exterioridad, es decir cruzarse con la vida contemporánea, con sus experiencias, con sus lenguajes y con sus prácticas”, señala Esposito en una charla informal con su colega argentino Edgardo Castro, en la Universidad de San Martín.
“Deleuze dice que hoy si el filósofo quiere continuar siendo filósofo debe tener un horizonte. La biopolítica es un horizonte hacia donde se dirige la filosofía. La vida para la filosofía no es sólo un objeto, sino que es la misma filosofía salida fuera de sí”, subraya Esposito en la entrevista con Página/12. “Cuando decimos que la filosofía es mundana, que es del mundo y de la mundialización, lo que queremos decir es que el objeto de la filosofía está en su afuera, como decían Foucault, Blanchot y Deleuze. El objeto de la filosofía es nuestro cuerpo, nuestro lenguaje, nuestra mente y el mundo contemporáneo.” La obra de Esposito podría sintetizarse en dos etapas. En la primera, el filósofo napolitano se consagró a la deconstrucción de todos los elementos de la teoría política clásica, suministrados por Hobbes, Rousseau, Kant, Arendt, George Bataille y Simon Weil. En la segunda –en rigor una expansión y al mismo tiempo ajuste de esta deconstrucción–, Esposito pega un salto más allá y lleva su hermenéutica al terreno de las nociones que discute la filosofía política actual, como las de comunidad (que tendría su origen en la obligación de un don) y la de biopolítica (que hace referencia al proceso de politización de la vida biológica).
El concepto contrario a comunidad sería el de inmunidad. “Ser inmunes es no estar obligados al don”, plantea Castro. “El problema de la política está en cómo balanceamos la obligación del don y el no estar obligado a ese don –afirma Castro–. Ninguna comunidad finalmente puede realizarse en su sentido pleno.” A partir de este camino de la inmunidad, Esposito se introduce en la biopolítica. Uno de los grandes problemas que plantea esta noción es exactamente de qué estamos hablando: si de la politización biológica de la vida del individuo, si de la politización de la vida biológica de la población o de la especie. La cronología de la biopolítica no es un problema menor. La inmunidad como mecanismo sirve para entender por qué se pasa de una política afirmativa a una política negativa de la vida.” En Categorías de lo impolítico, el filósofo italiano parte de una comprobación: el léxico tradicional de la política occidental ya no es apropiado para definir los hechos de la realidad porque las palabras, los conceptos, las categorías con las cuales fue pensada la política excluyen el costado de lo “impensado” e “inexpresable”.

–Usted señala que lo impolítico no sería una categoría “sino uno de esos ‘manás’ filosóficos a los que uno puede aferrarse en los no raros momentos de desesperación conceptual”. ¿Esta desesperación es privativa del agotamiento del léxico tradicional de la política occidental o es más amplia?

–Esta desconfianza, esta dificultad de entender, antes incluso que de actuar, que connota nuestro tiempo no es solamente un fenómeno lingüístico o conceptual. La crisis de sentido del léxico político tradicional, su incapacidad de representar la situación contemporánea, es el resultado de una derivación objetiva, de un vasto proceso de despolitización que deja a la economía, a la técnica e incluso a la guerra la tarea de ordenar el mundo siguiendo líneas cada vez más asimétricas.

–Usted observa que en la ausencia –lo inexpresado, lo impensando, lo olvidado– se recoge para Canetti lo impolítico. Su opción por la deconstrucción de los conceptos políticos de la modernidad, entre otros el poder, ¿es necesaria pero no es suficiente?

–No es que la deconstrucción de los conceptos políticos modernos sea para Canetti insuficiente. El la considera ante todo imposible. Tampoco cree en la posibilidad de construir una alternativa real al poder. Para Canetti toda figura o forma de antipoder es un derivado del poder mismo o, en todo caso, tiende a convertirse de nuevo en poder aquello a lo que pretendía oponerse. La única historia posible, destinada a convertirse en realidad, es la del poder. Este, para él, es una condición que no está atada a las circunstancias o a los contextos particulares, sino un dato antropológico constante. Lo que queda, como tácita forma de resistencia, es la conciencia de todo esto y la luz que esta conciencia introduce en lo real. Esta luz inmaterial es para él lo impolítico.

–Usted advierte que lo impolítico no es una actitud apolítica o antipolítica. ¿Cuáles serían las diferencias centrales entre estos conceptos?

–La diferencia es fundamental, porque la posición apolítica o antipolítica están dialécticamente ligadas a la política, aunque lo estén en forma de privación y de contraste. En particular, la antipolítica, basándose también en la categoría de conflicto, es una política enmascarada, un modo de hacer política mediante la devaluación de la política misma. No por azar todas las muestras de antipolítica siempre, antes o después, han “descendido al campo”. Lo impolítico, en cambio, no opone un valor externo a la política, sabe que no existe en el mundo una dimensión diferente de aquella definida por las relaciones de fuerza. Pero, al mismo tiempo, no hace de ello la apología, mantiene una reserva radical respecto de esta realidad. En esto, a diferencia de la irresponsabilidad de la actitud apolítica, reside su específica responsabilidad.

–Arendt se refería al carácter neutralizador de la modernidad por un exceso de política. Cuando en el lenguaje de la política occidental se habla de la apatía de los ciudadanos, ¿se alude a la negación de la representatividad o al exceso de política?

–No diría que Arendt hable de un exceso de política, sino, más bien, de la transformación de la política en sentido burocrático y monístico. Y esto, para ella, niega las características originarias de la política, a saber, la pluralidad en la acción y en el discurso. Creo que la apatía política nace esencialmente de la sumisión de la política a la esfera de la economía y de la técnica, pero también, al menos en Estados Unidos, al aparato militar. En el momento en que nos atamos a compatibilidades económicas fijas y aceptadas por todos, la dialéctica política pierde sentido y relieve. No por azar, en los países democráticos, los programas de partidos opuestos se parecen.
“La economía es una de las formas de inmunidad de nuestra sociedad porque tiende a sacar el conflicto fuera de la política”, agrega Esposito. “Estoy de acuerdo con Negri cuando afirma que el político tiene que liberarse del dominio de la economía. El problema político es la articulación entre política, economía y técnica, y por otro lado política y sistema militar. Pero no creo que hoy la política pueda encontrar en sí misma la fuerza para liberarse de la economía, de la técnica e incluso de la guerra.”

–Romano Guardini restituye el sentido más rico del catolicismo político, a través de una concepción afirmativa del poder. ¿Qué relación podría establecer entre esta restitución de un sentido positivo del poder con la biopolítica afirmativa, que está implícita en Foucault?

–Me parecen dos horizontes discursivos muy diferentes. Guardini parte de una concepción teológica y humanística del poder: el poder como algo que nos ha sido dado por Dios, para que lo usemos de acuerdo con determinados valores. Para él, los sujetos, Dios y los hombres, preceden al poder. Foucault invierte esta lógica: no son los hombres los que emplean el poder, sino que es el poder, su distribución, sus estrategias, sus dinámicas, el que produce los sujetos; sometiéndolos, pero también haciéndolos capaces de resistirle.

–¿Cómo se conecta la categoría de inmunidad con la de lo impolítico? ¿Sería Hobbes el que las une a partir de la relación entre representado–representante?

–La categoría que más corresponde al horizonte de lo impolítico es la de comunidad, en el sentido que le doy a este término, es decir, entendiéndola como un centro vacío, como una donación sin nada a cambio. Típicamente impolítica, desde este punto de vista, es la formulación de Bataille de una “comunidad de los que no tienen comunidad”. La inmunidad es el reverso de la comunidad, y, por ello, también de lo impolítico, porque es un aparato defensivo de la misma identidad, como lo hace notar Hobbes, su primer gran teórico. La inmunidad constituye, incluso, una forma de despolitización que no tiene nada que ver con lo impolítico.

–Su propuesta no es “pensar la vida en función de la política, sino pensar la política en la forma misma de la vida”. ¿De qué modo la filosofía puede actuar efectivamente sobre la política?

–La filosofía no puede modificar directamente la política. No es ésta, por lo demás, su tarea. Puede, en cambio, construir conceptos, como dijo Deleuze, adecuados a los acontecimientos que nos tocan y a veces nos arrollan. El concepto de biopolítica es uno de ellos. La categoría de vida, si es asumida en toda su complejidad, es decir, en la pluralidad de sus manifestaciones y en la radicalidad de sus transformaciones, puede constituir una referencia, simbólica y normativa, importante para el actuar político. No soy un hombre político, no creo que la tarea del filósofo sea la de suministrar programas políticos.

–En los últimos años, a partir del intento de una interrogación radical del presente, aunque desde diferentes perspectivas, varios filósofos han analizado distintos aspectos del catolicismo político y de la teología política: Zizek, Agamben, Vattimo y usted. ¿Cómo explicaría este fenómeno de recuperación?

–La política, como también el derecho, absorbe muchas categorías del ámbito teológico, desde la de soberanía hasta la de cuerpo político. Luego, en la estación moderna, la política se emancipa de sus raíces teológicas, según lo que se define como proceso de secularización. Ahora bien, es natural que cuando la gran construcción teórica constituida por la modernidad entra en crisis, vuelva a manifestarse aquella antigua raíz teológica que lo moderno había sustraído. Naturalmente, esto no quiere decir que la teoría regrese a una forma premoderna. Al contrario, todos los resurgimientos religiosos, desde el fundamentalismo a las nuevas “teologías políticas”, deben ser leídos como fenómenos internos de la misma secularización

Sábado, 23 de Septiembre de 2006

Tomado de: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-3917-2006-09-23.html

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